“muerto”, “dormido”, ciego y sordo. No sorprende que se diga que necesita un segundo nacimiento y una nueva creación. No hay síntoma más cierto de muerte corporal que la insensibilidad. No hay señal más dolorosa de un estado enfermo del alma que una completa ausencia de sed espiritual. ¡Ay del hombre al que el Salvador pueda decir: “No sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo”! (Apocalipsis 3:17). ¿Pero quién hay entre los lectores de estas páginas que sienta la carga
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